Cuentos Rápidos, para leer despacio. [Colección de cuentos]

Por: María Inés Casala. & Juan Carlos Pisano.

Cada uno en lo suyo.
Una vez, la maestra de lengua de sexto grado invitó a todos los chicos y chicas a una prueba para elegir a los que podían participar en la obra de teatro que iban a representar el Día de la Familia. Pedro se presentó, igual que todos los demás, con muchísima, pero muchísima ilusión de que lo eligieran.
Sin embargo, su mamá sospechaba que no iba a resultar seleccionado, puesto que Pedro no tenía condiciones para el teatro. Era un chico muy bueno, muy aplicado y muy estudioso, pero, para esas cosas del teatro... nada.
El día que se repartieron los papeles, Pedro regresó a su casa corriendo y, lleno de alegría, se arrojó en brazos de su madre. Lleno de orgullo, gritaba:
- Me eligieron, me eligieron!
- ¿Cómo? -preguntó su madre, sin salir de su asombro.
- Sí mamá, la maestra me eligió para formar parte del grupo de los que aplauden al final.

Saber maravillarse
Se cuenta en los pasillos de la NASA que uno de los astronautas que tuvo oportunidad de ir a recoger muestras del suelo lunar, cuando se encontró caminando por la Luna, se quedó absolutamente maravillado. Recuerda que se hallaba como paralizado mirando la Tierra y se decía:
- Dios mío, qué maravilla, qué preciosura!
En ese momento, otro de los expedicionarios lunares le llamó la atención y, por el micrófono intercomunicador que tienen en sus escafandras, le dijo:
- Déjate de perder el tiempo y dedícate a recoger las piedras que necesitamos.
El primer astronauta pensó:
- ¿Perder el tiempo? ¿Qué es lo más importante que puedo hacer en este momento? - pero no se animó a contestar nada y se puso a recoger muestras del suelo.

Corazón de ratón
Una antigua fábula de la India cuenta que había una vez un ratón que siempre estaba angustiado, porque le tenía miedo al gato.
Un mago se compadeció de él y, para salvarlo, lo convirtió en gato. Pero, entonces, el ratón convertido en gato comenzó a tenerles miedo a los perros, y el mago, para salvarlo, lo convirtió en perro.
Entonces, empezó a tenerles miedo a los tigres (que en la India hay muchos y se comen a los perros). El mago, entonces, lo convirtió en tigre, pero el ratón convertido en tigre, empezó a temer al cazador.
Llegados a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:
- Nada puedo hacer para ayudarte; son inútiles todos mis esfuerzos, porque siempre tendrás corazón de ratón.

La verdadera educación
Había una vez un maestro muy bueno que trataba de enseñar a sus alumnos "las cosas del colegio" y "las cosas de la vida".
Cuando iban de campamento, se preocupaba por que fueran prudentes pero que no tuvieran miedo ni se "achicaran" ante las dificultades. Junto al maestro, los chicos eran capaces de hacer cosas verdaderamente interesantes. El grupo tenía gran confianza en el maestro y todos se sentían apoyados y seguros.
Cierto día, él no pudo asistir a una excursión, porque se casaba su hermana, y ninguno de sus alumnos se inscribió, porque iban a un lugar que no conocían, y el maestro que los acompañaba era nuevo en el colegio.
El lunes siguiente el maestro les dijo:
- Si no son capaces de superar el temor porque yo no estoy, lo que les enseño no sirve. El verdadero aprendizaje se da cuando no necesitan de mi presencia para hacer lo que les enseñé. 

Los huevos de oro
Un granjero tenía una gallina que ponía huevos de oro. Puntualmente, todas las mañanas, cacareaba alegremente anunciando que ya lo había hecho, y el granjero lo recogía para venderlo en el mercado.
El hombre se fue haciendo rico, ¡imagínense!, todos los días obtenía una buena ganancia vendiendo el oro macizo que le regalaba su gallina mágica.
Ya había obtenido una buena posición, se había comprado una casa hermosa, un auto, un equipo de audio, un televisor, una heladera con freezer y un montón de cosas más; pero no se conformaba.
Entonces, como quería saber cuál era el misterio de su gallina y ver si podía obtener dos huevos por día en lugar de uno, le abrió la panza para investigar. Ahí mismito la gallina se murió, y el granjero se quedó sin nada.

El cuadro del millón.
Había una vez un ricachón que decía que le gustaba mucho el arte. Una vez fue a un remate de pinturas y se compró un cuadro que le costó un millón de dólares.
Lo puso en la sala principal de su casa y lo mostraba a todos los visitantes. Sin embargo, como el cuadro era caro pero medio feo, nadie apreciaba su valor.
En realidad, a él tampoco le gustaba demasiado; así que el ricachón, entonces, tomó una decisión que le pareció acertadísima: fue hasta una casa en la que vendían marcos y vidrios, e hizo enmarcar la factura en la que figuraba el precio que le había costado el famoso cuadro, la colgó en lugar de la pintura y guardó la obra en el altillo de su casa.

El mal humor
Conozco a un maestro que tenía muy mal humor, casi siempre estaba nervioso y hablaba a los gritos. Como daba clases en la Gran Ciudad y ganaba muy poco, se pasaba el día corriendo de una escuela a otra, y eso le aumentaba los nervios, el cansancio y el mal humor.
Cualquier cosita era motivo para que protestara. Levantaba la voz para dar indicaciones a sus alumnos, para polemizar con sus colegas e, incluso, para hablar de cualquier tema con los directivos.
Una vez, el director de la escuela de la tarde le dijo que él lo iba a reemplazar para que fuera a ver a un médico. El doctor le recetó unos tranquilizantes, ciertos ejercicios de respiración y meditación, y le dijo que volviera en dos semanas.
Pasados los quince días, el maestro volvió al consultorio, y el médico le preguntó cómo estaba y cómo se sentía. El maestro respondió con absoluta inocencia:
- No sé si sus remedios han servido para calmarme, lo que sí noto es que mis alumnos y mis amigos están más tranquilos que de costumbre.

Los cuentos de papá
Había una vez un señor muy importante y muy ocupado que trabajaba mucho, y llegaba muy tarde a su casa.
A su hija le gustaba mucho que le contara un cuento antes de dormir, pero sólo podía hacerlo los domingos por la noche, ya que era el único día que estaba, a esa hora, en su hogar.
Una vez, se le ocurrió una idea para solucionar esa cuestión de sus llegadas tarde a la casa. Compró un moderno grabador de alta fidelidad, grabó los cuentos en un casete y le enseñó a su hija como se manejaba el aparato.
La chiquita escuchó los cuentos, cada noche, durante toda la semana, y el domingo su padre le dijo:
- Ya que tenés el cuento grabado, voy a aprovechar para hacer unas cosas que traje de la oficina.
- Por favor, papá, contame el cuento.
- ¿Por qué? Si es lo mismo; ¿acaso no escuchás perfectamente mi voz en el grabador?
- Sí, es tu voz, pero el casete no me acaricia el pelo mientras me duermo...

El collar de cocodrilo
Cierta vez, un grupo de turistas estaba visitando una tribu en el corazón de África. Una señora del grupo se acercó a una joven nativa y le preguntó por el collar que llevaba puesto.
- ¿De qué está hecho el collar que adorna tu cuello?
- De dientes de cocodrilo.
La mujer pensó que era de lo más vulgar: ¡dientes de cocodrilo! ¡qué asco! Entonces, tratando de entender por qué usaba ese adorno comentó en voz alta.
- ¡Ah! Claro, ya me explico, lo que ocurre es que para ustedes, los dientes de cocodrilo deben valer tanto como valen las perlas para nosotros.
- ¡Oh, no señora! Las perlas se sacan de las otras, y unas ostras las pesca y las abre cualquiera; los dientes de cocodrilo son mucho más valiosos...
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La anciana en la playa
Un matrimonio con sus tres hijos pequeños fue de vacaciones a Mar del Plata.
El primer día que estaban en la playa, apareció caminando, cerca de donde ellos tenían su sombrilla, una señora bastante mayor, vestida muy pobremente, con el cabello desarreglado y un aspecto muy feo.
El matrimonio llamó a sus hijos que estaban jugando en la arena y les advirtió que tuvieran cuidado con la vieja, que estuvieran atentos y que no se alejaran mucho de ellos.
Al volver al hotel, comentaron lo ocurrido con el encargado y se enteraron de algo que los sorprendió: esa señora muy pobre, todos los días pasaba por la playa recogiendo vidrios, chapitas y latas de gaseosa que quedaban tiradas, para que los chicos no se lastimaran cuando jugaran en la arena... y no pedía nada a nadie, a cambio de su trabajo.

Un mercado especial
Una vez, una señora que acostumbraba rezar pidiéndole a Dios por la paz del mundo, por la justicia entre los hombres y por la igualdad entre las personas, tuvo un sueño.
Ella se quejaba a menudo, porque decía que se la pasaba pidiendo cosas buenas, pero Dios nunca se las concedía.
En el sueño se encontró caminando por una especie de mercado en el que, al final del pasillo central, se veía un mostrador enorme, con pequeñas bolsitas sobre él.
Se acercó para ver de qué se trataba, y el mismísimo Dios la esperaba en el mostrador.
La señora tuvo la oportunidad de decirle todo lo que reclamaba desde hacía tiempo y manifestar su inquietud por no conseguir lo que deseaba. La respuesta de Dios no se hizo esperar:
- Hija mía, lo que tú pides es muy bueno, pero yo, muy pocas veces entrego frutos, lo que siempre doy son semillas. Lo que tú pides es el fruto de una semilla que tienes que plantar en tu propio corazón y en el de los demás.

El científico vanidoso
Una vez, un científico había logrado crear una máquina que realizaba copias perfectas de la persona que se introducía en ella. Verdaderamente, era muy difícil encontrar diferencias entre el original y las imágenes que generaba la máquina.
El científico quería revolucionar la ciencia e hizo una única prueba con humanos usándose a sí mismo como "conejillo de Indias". Se metió dentro de la máquina y confeccionó doce copias idénticas de su persona.
Los trece se presentaron en un congreso donde se encontraban los mejores inventores del mundo. Ellos, después de hacer mil pruebas, no lograron distinguir entre las copias y el original.
Hablaban igual, se movían igual y hacían gestos idénticos.
Y estaban por darle el premio mayor, cuando el más sabio de los participantes dijo que el invento tenía un terrible y grosero error.
Inmediatamente, el científico gritó:
- ¡Imposible! Mi invento es perfecto. ¿Cuál es el error?
- Precisamente éste -dijo el sabio- Usted se ofendió por lo que yo dije y las copias se quedaron calladas. El error es su soberbia. 

¡Otra vez!
Una vez, dos cazadores alquilaron un avión para ir a la región de los bosques. Dos semanas más tarde, el aviador debía volver al campamento para recogerlos. Cuando vio lo que habían cazado dijo que su avión no podía cargar tanto peso.
- ¿Cómo? El año pasado también vinimos de caza, y el aviador nos permitió llevar la misma cantidad de animales que tenemos ahora, en un avión exactamente igual a éste.
El piloto no sabía qué hacer, pero terminó cediendo.
- Está bien, si lo hicieron, supongo que también podremos hacerlo ahora.
El avión inició el despegue cargado con los tres hombres y todos los animales. No pudo ganar altura y se estrelló contra una pequeña colina. Los cazadores salieron del avión arrastrándose y miraron alrededor de ellos.
Uno preguntó a otro:
- ¿Tenés idea de dónde estamos?
- Hum... muy bien no sé, pero me parece que estamos como a un kilómetro del lugar donde nos estrellamos el año pasado.

Al encuentro de Jesús
Había una vez una señora que, todos los días, se dirigía a la capilla del pueblo para rezar el Rosario de las siete de la tarde. Era muy puntual y nunca faltaba. Te digo más: cuando se atrasaba porque las cosas de la casa o la cena ocupaban más de lo acostumbrado, iba corriendo por la calle para llegar a tiempo.
Tan rápido hacía las cosas para cumplir con el horario de su oración que, muchas veces, trataba mal a la gente en la fila del mercado o caminaba atropellando a los demás. Si algún mendigo le pedía una  moneda en la puerta de la capilla, ni lo miraba; estaba tan apurada que entraba veloz como un rayo.
Un día, "le pasaron todas". Se peleó con el almacenero, porque tardó mucho en hacer las cuentas de las cosas que había comprado, atropelló a una señora que tenía la bolsa llena de papas y caminaba lentamente, y, por último, le dio vuelta la cara a unos chicos que se le acercaron para pedirle unas monedas para comprar leche.
En su propia casa, las cosas no anduvieron mejor. Uno de sus hijos le pidió ayuda para hacer una tarea, pero como se imaginan, le dijo que se las arreglara solo. El marido, que había llegado muy cansado de trabajar, tuvo la ocurrencia de conversar con ella un rato, mientras tomaban unos mates; pero lo dejó plantado con la pava de agua caliente en el patio.
A pesar de todos esos "obstáculos", salió de su casa, llegó a la capilla casi, casi a tiempo... y se encontró con que estaba cerrada. ¡Cómo puede ser! ¡Le dio una rabia!
Se metió por un pasillo lateral que bordeaba la casa parroquial, pero nada. Todo estaba cerrado. Volvió a ir por la entrada principal y, precisamente allí, vio que en la puerta del templo había un cartelito, clavado con una chinche, que decía:
"No me busques aquí, estoy allá afuera. Jesús."
¡ ¿

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